"No debería haber aparcado el coche ahí"; "Para qué le diría nada"; "Quién me mandaría a mí repartir cartones de leche, si odio la leche"...
Y
así hasta la saciedad, flagelándonos por acciones con una alta probabilidad de fracaso que en su momento nos parecieron razonables y que entonces no pensábamos en lo que desencadenarían. Lejos de eso, nos decíamos a nosotros mismos que debíamos ejecutarlas porque algo nos llevaba a hacerlo y punto. Sin entrar en más entresijos.
Ay, si nos vieran los antiguos griegos...
¡Si ellos con la 'εποχή salvaguardaban la vida para justamente no desgraciarla! Ellos con la epoché, en otras palabras, prevenían las "soluciones definitivas". Esas de las que luego te arrepientes sin cesar. ¿O acaso no sabías que al día tomamos de media 35.000 decisiones?
Si incluso Edmund Husserl, fenomenalista, recuperó el término para hablar de ruptura con el pasado como fórmula de inicio de una vida nueva.
Así que para darle la vuelta a la tortilla, os traigo una bonita forma de embellecer los errores que materializamos con palabras. La mía, mi solución en este caso, tiene forma de ventana, o como a mí me gusta verlo, de portal a otros mundos.
¿El tuyo qué forma tendría?
R. NOVELLA